EL COLEGIO
Se alza grandioso, extendiéndose en tres calles, como los
tres jinetes del apocalipsis, dibujándose majestuoso e imponente.
Su fachada blanca, marrón y roja. Blanca como los rostros de
los alumnos al llegar el lunes, roja como la sangre que derramamos en cada
examen, marrón como la…
Con tres entradas como las puertas del infierno, que dan paso
al sufrimiento y los lamentos, como el negro camino hacia nuestro castigo… el
de los presos, esos pringados cuyo delito es estar en edad escolar y que no
podrán huir hasta pasados sus años de condena.
Tiene cuatro pisos, con celdas suficientes para todos. Al
sonar la campana, los presos se alinean en organizadas filas, mientras los carceleros
comprueban que nadie deje de subir a ellas. Allí, silencio y atención, disciplina,
estudio y sudores……tenemos que cumplir nuestra pena.
En la planta baja está el patio. Los únicos momentos de
descanso para los condenados. Estirar las piernas, despejar la mente, un poco
de ejercicio que nos haga olvidar la celda… hasta la próxima campana. Pero a
veces, la presión estalla y los condenados se enzarzan en peleas y broncas. Un
interno pregunta a otro “Y tú… ¿por qué estás aquí?” y el otro contesta “Pues
porque no me dejan salir… ¡no te jode!”. Los únicos momentos buenos del
internamiento son los pantaloncitos cortos de las presas que pasean por el
patio. Te mantienen con vida e ilusión de que hay un más allá al otro lado del
muro del patio. Pero… “Se acerca el invierno….” llega el jersey de cuello alto y el abrigo y nuestra
alegría se desvanece… ¡qué nos queda en Invernalia!
Bajo tierra, en la oscuridad más profunda, se halla el
comedor. Los internos se dirigen ordenadamente hacia las mesas. Se sirve la
comida. Puré como cemento, sopa aguada, chicle de carne, algo de hierba...
Cerramientos en las ventanas para que nadie pueda escapar, la consecuencia más lógica.
Qué contar de los carceleros…. A algunos se les adivina en la
mirada la compasión hacia los presos. Un día, aún no tan lejano, ellos también
cumplieron condena y aún recuerdan el sudor y las lágrimas derramadas.
Otros, en cambio, tienen una expresión feliz. Olvidaron su
pasado y ahora sirven con gusto al lado oscuro. Su presencia hace temblar a los
internos, “con qué nuevos exámenes nos fustigará”, piensan, “qué nueva condena saldrá
de su mente retorcida…”
Y así pasa nuestra condena, día a día, mes a mes…
ADRIÁN RAMÍREZ
Perfecta descripción, admirable redacción. Me ha encantado
ResponderEliminarBuenísima descripción comparto tus sentimientos
ResponderEliminarAdrián, bravo.
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