sábado, 18 de octubre de 2014

EL COLEGIO

EL COLEGIO


Se alza grandioso, extendiéndose en tres calles, como los tres jinetes del apocalipsis, dibujándose majestuoso e imponente.

Su fachada blanca, marrón y roja. Blanca como los rostros de los alumnos al llegar el lunes, roja como la sangre que derramamos en cada examen, marrón como la…

Con tres entradas como las puertas del infierno, que dan paso al sufrimiento y los lamentos, como el negro camino hacia nuestro castigo… el de los presos, esos pringados cuyo delito es estar en edad escolar y que no podrán huir hasta pasados sus años de condena.

Tiene cuatro pisos, con celdas suficientes para todos. Al sonar la campana, los presos se alinean en organizadas filas, mientras los carceleros comprueban que nadie deje de subir a ellas. Allí, silencio y atención, disciplina, estudio y sudores……tenemos que cumplir nuestra pena.

En la planta baja está el patio. Los únicos momentos de descanso para los condenados. Estirar las piernas, despejar la mente, un poco de ejercicio que nos haga olvidar la celda… hasta la próxima campana. Pero a veces, la presión estalla y los condenados se enzarzan en peleas y broncas. Un interno pregunta a otro “Y tú… ¿por qué estás aquí?” y el otro contesta “Pues porque no me dejan salir… ¡no te jode!”. Los únicos momentos buenos del internamiento son los pantaloncitos cortos de las presas que pasean por el patio. Te mantienen con vida e ilusión de que hay un más allá al otro lado del muro del patio. Pero… “Se acerca el invierno….”  llega el jersey de cuello alto y el abrigo y nuestra alegría se desvanece… ¡qué nos queda en Invernalia!

Bajo tierra, en la oscuridad más profunda, se halla el comedor. Los internos se dirigen ordenadamente hacia las mesas. Se sirve la comida. Puré como cemento, sopa aguada, chicle de carne, algo de hierba... Cerramientos en las ventanas para que nadie pueda escapar, la consecuencia más lógica.

Qué contar de los carceleros…. A algunos se les adivina en la mirada la compasión hacia los presos. Un día, aún no tan lejano, ellos también cumplieron condena y aún recuerdan el sudor y las lágrimas derramadas.
Otros, en cambio, tienen una expresión feliz. Olvidaron su pasado y ahora sirven con gusto al lado oscuro. Su presencia hace temblar a los internos, “con qué nuevos exámenes nos fustigará”, piensan, “qué nueva condena saldrá de su mente retorcida…”

Y así pasa nuestra condena, día a día, mes a mes…






               ADRIÁN RAMÍREZ

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