miércoles, 18 de noviembre de 2015

Calasanz - Virginia

Hoy es mi tercer día de viaje. Estaba estudiando en la prestigiosa universidad de Oxford, para poder cumplir mi sueño. Un sueño que tenía desde pequeño, ser médico. Era un estudiante normal, con una media bastante alta. Podría conseguir un buen puesto, ganar un sueldo decente y poder mantener a los míos. Hasta que un día mis deseos cambiaron por completo. Unos misioneros visitaron nuestra universidad, con la intención de hacernos tomar conciencia sobre las enfermedades que abundan en países del tercer mundo. Nos enseñaron un vídeo que mostraba cómo muy pocos niños sobrevivían debido a sus terribles condiciones de vida. Y si su objetivo era tocarnos el corazón, por lo menos conmigo lo consiguieron. Y aquí me encuentro yo, en mi tercer día de tren, y cada vez más cerca de mi objetivo, Camerún. Necesitaba demostrar a esos niños que no todo estaba perdido, que saldrían adelante. No había nada que me llenase más que hacer que recuperasen la esperanza y la sonrisa.

En el largo trayecto, me entretuve observando a la gente que ocupaba el tren. Parecían todos tan vacíos. Sin nada que les llenase. Su único objetivo en la vida parecía rellenar informes, un día tras otro y sin descanso para poder llegar a ser alguien importante en un futuro. Yo buscaba algo más, poder dedicar mi vida a los demás.

                                                                    ***

Por fin había llegado. Las sonrisas de los más pequeños, jugueteando con unas tristes piedras me hizo reflexionar. Hacía tiempo que no veía sonreír así a un niño. Donde yo vivía, los niños ya no se emocionaban con nada, a pesar de tenerlo todo. Me di cuenta entonces de que posiblemente, el futuro de la humanidad estaba allí, en esos pequeños.
Decidí adentrarme más en un pequeño poblado. Las sonrisas de los niños se desvanecían a medida que avanzaba por las lúgubres calles. Tirados por el suelo, con apenas algo que llevarse a la boca. Descubrí que ese era mi sitio, donde se me necesitaba. Dejé mi maletín en el suelo, y empecé a conversar con algunos de ellos. Tenían probablemente más cosas que enseñarme que yo a ellos. Decidí empezar a poner en práctica todo lo aprendido en la universidad. Probablemente no llegaría a ser el médico más rico y más prestigioso del mundo, pero no dejaría de hacer esto por nada del mundo.

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