Mi vida: Huir
Era una tormentosa
tarde de Septiembre en Venecia y las gotas frías de agua y sudor resbalaban por
mi rostro. Por desgracia, el tejado roto bajo el que me intentaba refugiar no
era suficiente para protegerme de la lluvia. Aún oía a lo lejos los gritos de mis
perseguidores, a los que ni el temporal lograba frenar.
Sin embargo, yo
avanzaba rápidamente oculto entre las estrechas calles del centro y si
consiguieran encontrarme, difícilmente podrían darme caza ya que no me
resultaría complicado huir de ellos. Me subí a la escalera de incendios del
edificio bajo el que me encontraba y comencé a reflexionar. Pensé que había
estado mal que intentara robarles un par de panettone
a aquellos inocentes comerciantes cuya vida dependía de su trabajo, aunque no
tenía otra opción si no quería morirme de hambre.
Cuando la lluvia
amainó, bajé de un salto y comencé a andar. Si me había orientado bien, estaba
situado a dos puentes de la Piazza San Marcos donde, ahora que ya no llovía, se
habría concentrado una gran multitud y no conseguirían encontrarme. Así
proseguí tranquilamente mi camino hasta llegar a mi destino. Como siempre,
aquel lugar estaba lleno de palomas y de venecianos que les daban de comer
migas de pan…
En ese momento la
vi: Una gran hogaza de pan recién hecho al lado de un hombre que no paraba de
coger migas y lanzárselas a los pájaros. Era probablemente la más grande que había
visto en mi vida y no entendía como aquel señor podía estar desperdiciándolo
alimentando a aquellos animales. De una carrera llegué a la altura del banco
donde se encontraba y de un movimiento rápido me lo llevé.
¡Al fin tenía algo
que llevarme a la boca! Me alejé un poco de la plaza en dirección a la
desembocadura del Canal Grande para no estar demasiado cerca de aquel hombre.
Escogí un banco cerca del hotel y me senté tranquilamente a disfrutar de mi
botín. Observé cómo pasaban las horas y el canal se iba vaciando poco a poco de
barcos. La tarde dio paso a la noche, y yo seguía contemplando los colores que
el cielo proyectaba en el mar
Me encontraba
absorto en mis pensamientos cuando oí un silbido justo detrás de mí. Al darme
la vuelta, vi una oscura silueta de lo que parecía un hombre muy alto con un
sombrero que estaba apoyado contra una pared, bajo un soportal. Trataba de que
me acercase a él y, como ya había vivido situaciones más peligrosas, no me dejé
dominar por el pánico y avancé hacia él poco a poco.
Creí que cuanto
más me aproximase mejor podría adivinar el rostro de aquel hombre. Sin embargo, seguía siendo difícil imaginarlo en esa sombra negra.
—Te he estado
observando. Debes de pasar hambre muy a menudo, ¿no es verdad? —me dijo.
Yo, en ese
momento, tenía la cabeza llena de preguntas. ¿Quién era ese hombre?, ¿Cuánto
tiempo llevaba observándome? y, sobre todo, ¿Qué quería de mí?
—Si es así, ¿cómo
no me he dado cuenta antes de que me estabas espiando hasta ahora? —inquirí,
receloso ante aquel personaje.
—Qué más da —dijo
mientras sacaba algo de su cartera—. Si vienes conmigo te juro por San Marcos
que conseguiré que nunca más vuelvas a pasar hambre.
Aquella parecía
una oferta tentadora y, como demostración, me enseño una hogaza idéntica a la
que me había llevado horas antes. Eso daba a entender que conocía mi debilidad.
—¿En qué consiste
su propuesta, señor…?
—No te importa
—Dejó atisbar en su rostro una sonrisa torcida—. Solamente ven conmigo
El primer
pensamiento que me vino a la cabeza fue el de huir, no quería irme con ese
desconocido con sonrisa de loco. Sin embargo, por otro lado, si era cierto que
no volvería a pasar hambre… Al menos, contaba con la ventaja de que era él
quien quería llevarme, la decisión era completamente mía.
—Me niego
—respondí rechazando su oferta.
Acto seguido,
inexplicablemente entró en cólera. Yo no sabía cómo, solamente por haber negado
su propuesta podía cambiar su humor de aquella manera. Intentó atraparme, pero
le esquivé rápidamente. Huí por un lado mientras él me seguía muy de cerca. No
entendía cómo podía tener unas piernas tan largas, pero me pisaba los talones.
Tomé un camino en
dirección al Puente de Rialto, mientras escuchaba al señor insultarme, furioso.
No paré de correr hasta llegar a la esquina de la Calle Stagneri. Intenté
recobrar el aliento. Tenía la cara y la espalda empapadas de sudor. Lo cierto
es que no había ni rastro de mi perseguidor y decidí tomarme un respiro
mientras cruzaba el Puente de Rialto.
Miraba a la gente
y veía rostros felices y despreocupados, tan tranquilos y ajenos al mundo que
no lo comprendía. Yo sin embargo era pobre, no tenía lo que ellos. Ni casa, ni
familia, ni comida… Y lo más importante, no contaba con protección alguna: estaba
completamente a merced de los peligros de la calle.
Mi vida era una
carrera, huyendo de comerciantes a los que arruinaba el negocio o de personas
que querían raptarme y vender mis órganos en el mercado negro. Esta vez había
logrado escapar y, aunque nunca volviera a ver al señor, era solamente uno de
los problemas a los que me tenía que enfrentar día tras día
Ander montaño
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