lunes, 27 de octubre de 2014

Janire Rueda: El pescador y San Valentín

EL PESCADOR Y SAN VALENTIN

Como cada año, por San Valentín, lloviese, nevase o brillase el sol, la sirenita volvió a ver al anciano pescador, de tez morena, y rostro avejentado por los golpes que le había dado la vida.
Allí estaba él, con su mirada profundamente triste y perdida en el horizonte, sentado en la misma roca de siempre. Ni siquiera las gotas de agua de mar que salpicaban su cara al chocar con fuerza en aquella roca parecían distraerle de sus pensamientos.
Aquel año, a la sirenita le pudo la curiosidad y se acercó a él con dulzura, peguntándole. ¿Por qué buen hombre vienes aquí el día de San Valentín año tras año?. Él sin apartar la mirada del mar, suspiró profundamente, y con la voz entrecortada empezó a contarle su historia.
—Querida sirenita, hace ya muchos años, siendo yo muy joven, mi hermosa novia y yo, veníamos siempre a esta zona a celebrar San Valentín. Era nuestro día y rincón preferido. Aquí, reíamos, bailábamos, soñábamos y sobre todo nos amábamos, con toda la fuerza de nuestros corazones. Pero un fatal día de San Valentín, ella llegó primero, y mientras esperaba a mi llegada un fuerte golpe de mar la hizo tropezar, y al caer, el embravecido mar la arrastró hasta lo más profundo. Y la sirenita le pegunta: -¿Por qué llegaste tarde?- Y el amablemente le responde: -Yo soy pescador y aquel fatídico día mí barca tardó mucho en llegar a la orilla, más de lo normal, y por eso no llegue a tiempo a la cita y no puede salvar a mi novia. Desde entonces, yo regreso a nuestro rincón año tras año, pase lo que pase, tenga que hacer lo que tenga que hacer, pues el mar se la llevó pero no consiguió llevarse mi amor por ella.

Yo conservo la esperanza que quizás algún día el mar me la devuelva y si ella desea volver a reir, soñar y bailar conmigo y celebrar San Valentín, me encontrará aquí. Siempre me encontrará aquí - suspiró con un pequeño hilo de voz.

La sirenita, con sus ojos repletos de lágrimas, se despidió tiernamente del anciano y marcho rauda y veloz a contar su triste historia al resto de sirenitas.

Con el fin de poder ayudarle, las avisó a todas, una por una, que estuviesen muy atentas y si un día alguna se cruzaba en las profundidades el mar con la novia del entrañable pescador, la dijesen que él nunca la olvidó y donde le podía encontrar. 

                                         Janire Rueda

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