domingo, 26 de octubre de 2014

La sonrisa de la Luna

La sonrisa de la Luna
Erase una vez, un reino muy muy lejano en el que vivía un rey y su familia. El rey tenía un hijo pequeño llamado Miguel. Miguel era el príncipe más sonriente del mundo, tenía la sonrisa más grande y bonita de todo el planeta.

Era la víspera del sexto cumpleaños del pequeño y como tenían por costumbre en aquellas fechas, se sentaron a charlar y observar la bellísima noche estrellada. El joven se quedó mirando a aquella preciosa Luna, tan brillante y tan perfecta. 
Entonces Miguel dijo:

-Padre, ¿Por qué no podemos vivir allí?

El rey respondió:

-Hijo, este es mi reino, no puedo abandonarlo.

El joven al escuchar la respuesta se quedó triste y cabizbajo. Él no quería ser rey, él quería vivir en la Luna donde todo era perfecto y bello.
Al ver la reacción del chico el rey dijo:

-Hijo mío, yo te quiero tanto como estrellas hay en el cielo. Quiero que seas feliz y aunque no puedo darte todo lo que hay en el universo, sí que puedo prometerte que removeré tierra y mar hasta que alcances la Luna.

Ya era tarde así que el pequeño Miguel se fue a la cama.

El rey pasó toda la noche en vela ideando el artilugio que llevaría al joven a la Luna.
Ya era por la mañana y Miguel se levantó temprano para abrir sus regalos. Cuando llegó al salón allí estaba su familia y en medio el rey con una sonrisa inmensa y sosteniendo en sus manos la cometa más grande nunca vista. 
El joven extrañado preguntó:

-¿Qué es esto padre?

El rey le respondió:

-Salgamos al jardín allí te lo explicaré todo.

Una vez salieron, el rey le explicó que iba a alcanzar sus sueños, que iba a volar a la Luna. Tras haberse despedido de todos, más feliz que nunca, el príncipe comenzó su viaje todo recto hasta la Luna.

Llegó la noche y el rey se dio cuenta de que extrañaba mucho a su hijo. Se asomó a ver la noche como solía hacer con su pequeño. Entonces, su vista se quedó clavada en la Luna que brillaba más que nunca. Volvió a mirarla y vio como le sonreía, pero no con una sonrisa cualquiera sino con la sonrisa más bonita de todas, la de Miguel. El rey esbozó una sonrisa y comprendió que su hijo era feliz y que cada vez que sintiera nostalgia, lo único que tenía que hacer para sentirse mejor era mirarla, mirar la sonrisa de la Luna.


Teresa Trabada

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