domingo, 26 de octubre de 2014

UN FINAL FELIZ

UN FINAL FELIZ


Os voy a contar mi historia. Tengo 12 años y mi vida no siempre ha sido fácil.

Cuando tenía dos meses me separaron de mi madre y me llevaron a otra casa. Yo no recuerdo nada porque era muy pequeña. Fui creciendo y haciéndome traviesa. En mi nueva casa mi padre me consentía todo, yo era su niña.

Pero, al cabo de un tiempo, una bruja llegó a casa y todo cambió. Ella decía que yo era un demonio, tiraba las cosas, desordenaba todo…. Se enfadaba tanto conmigo que me perseguía zapatilla en mano para castigarme. Yo pasaba mucho tiempo sola y me aburría tanto que usaba cualquier cosa para jugar: una cuerda, una zapatilla, las cortinas…

Las cortinas fueron mi perdición. Un día de tantos que estaba sola en casa, me quise asomar a la ventana y me tropecé. Me agarré a la cortina para no caerme, con la mala suerte de que la rompí. La cortina quedó rasgada y hecha un desastre. Yo sabía  que nada bueno me esperaba. Oí como abrían la puerta de la casa y, por instinto, me escondí. Cuando ella vio la cortina, se puso como loca y empezó a gritar “! Maldita, maldita sea….se acabó!”.Yo me asomé asustada, ella me agarró y me lanzó contra el suelo. Llamó a mi padre y le dijo que tenía que irme de esa casa.

Él la obedeció muy a su pesar y, como no sabía qué hacer conmigo, me llevó al taller en el que trabajaba. Esa iba a ser mi nueva casa. Allí pasaba los días triste y solitaria. Dormía en un rincón. De vez en cuando veía a mi padre, pero él se fue olvidando de mí poco a poco. Los fines de semana los pasaba sola y encerrada allí.

¡Qué distinta es ahora mi vida! Vivo en una casa, rodeada de bicharracos y animalillos. Y soy tan feliz…Os contaré cómo llegué hasta aquí.

Un día en el taller entraron unos okupas muy extraños, negruzcos, pequeños y con muchas patas que se ocultaron por todos los rincones. Llegaron unos gigantes con extraña vestimenta y cargados de aparatos que yo nunca antes había visto. De pronto, un humo blanco lo llenó todo y empecé a marearme hasta perder el conocimiento. Cuando abrí los ojos, todo estaba oscuro, olía mal…Entonces, reaccioné y mi padre se asomó a través de un agujero que se iba ensanchando poco a poco…”Pero…! si está viva!” gritó, sacándome de la bolsa de basura. “Anda, trae, deja que yo me la lleve, no puede vivir en un taller” dijo un hombre que yo no había visto antes.

Al día siguiente, compartía casa con humanos y animalillos, me dieron un buen baño y me llevaron al veterinario. Todos me quieren.


Al final… creo que soy una gata con suerte.


ADRIÁN RAMÍREZ

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