Día 1: Hoy ha sido un día normal. Como
cualquier domingo de sofá, manta y películas. Una detrás de otra. Me he
levantado pronto, a las 7:50 para ser exactos. Y el culpable de este madrugón
el primer día de vacaciones ha sido el despertador. Todavía no he asimilado que
es Semana Santa y se me ha olvidado quitarlo. Aunque reconozco que en el fondo
lo agradezco, poder volver a dormirte porque no tienes que ir al cole es un
sentimiento de satisfacción único. Poco más tengo que decir del día de hoy. El
único esfuerzo físico que he hecho en todo el día ha sido un abdominal. Un
abdominal para alcanzar el mando de la tele. A veces se necesitan días así para
reponer fuerzas después de un trimestre agotador.
Día 2: Creo que soy la única persona que va
a estar todas las vacaciones en Bilbao. Por lo menos hoy ha amanecido un buen
día. He decidido aprovecharlo a pesar del terrible dilema entre salir, o
quedarme durmiendo el resto del día. Finalmente he optado por salir e ir a la
playa. Si he tomado esta decisión ha sido básicamente para que cuando volvamos
al cole y todos vuelvan morenos de sus viajes, yo por lo menos deje de tener la
piel como la sopa del asilo. Por la noche he ido a ver las procesiones de San
Francisco. El ambiente era un tanto siniestro. La gente cantando desde los
balcones, el sonido seco y atronador de los tambores que retumbaba por toda la
calle, todos los misteriosos capirotes caminando al mismo ritmo y en la misma
dirección, unido a la oscuridad de la noche hacían que el ambiente resultase
aterrador. Pero eso no era lo único. Hay algo que no he contado a nadie. Esta
noche uno de los siniestros cofrades me ha susurrado algo que no he logrado
entender seguido de un “ándate con cuidado.” Tengo miedo. ¿Quién es y por qué
tengo que tener cuidado?
Día 3: He estado toda la noche dándole
vueltas al asunto. He pasado toda la mañana hablando con una amiga para
intentar distraerme. Pero no me he atrevido a contarle nada, ayer tuve la
sensación de que ese hombre me conocía demasiado y podría tenerme vigilada.
Podría ser peligroso hablar. Justo después de colgar el teléfono he recibido un
mensaje. Era un número que no tenía registrado. “Ya veo que no estás haciendo
lo que tenías que hacer…”, decía el mensaje. Me he quedado paralizada. ¿Qué
quería ese hombre que hiciera? Para desconectar, he decidido volver a pasar el
día en la playa con una amiga. Pero cuando estaba volviendo a casa he recibido
una llamada, de un número desconocido. Solamente me ha dicho: “Te he visto otra
vez, ya te dije que tuvieras cuidado.” Y se ha cortado. Tengo mucho miedo.
Día 4: Voy a dejar de escribir por un
tiempo. Siento que me vigila cada movimiento que hago. Así que contar todo por
escrito puede ser un peligro.
Día 5:
Día 6: ¡No puedo creerlo! Esta tarde ha
venido mi aita de viaje. Me ha enseñado su móvil nuevo. Ha dicho que intentó
contactar conmigo para decirme que había cambiado de número. Pero estuve
comunicando toda la mañana. Al final desistió y me mandó el mensaje. Aquel
mensaje que decía que no estaba haciendo lo que tenía que hacer. Antes de que
se marchase le prometí que iba a dedicar las mañanas a hacer los deberes de vacaciones.
Y efectivamente no estaba haciendo lo que tenía que hacer, porque había pasado
la mañana hablando con mi amiga. Estoy un poco más relajada, pero sigo sin
saber quién era y qué quería aquel capirote.
Día 7: Hoy es domingo y he ido a misa con
mi familia. He seguido reflexionando sobre este misterio. El misterio del
capirote. Podría ser el título de un libro. La verdad es que solo el nombre
daba miedo. Entre pensamiento y reflexión la misa se me ha pasado volando.
Cuando me disponía a salir por la puerta el cura de la iglesia me ha agarrado
por el hombro. Siempre me ha parecido un buen hombre. Lo que todavía no puedo
creer es lo que me ha dicho. “No me haces caso, en esta época hay que darse
mucha crema. Ya te vi el otro día, toda la cara quemada. Tienes que tener
cuidado que el sol pega muy fuerte. Y después de avisarte te vuelvo a ver en la
playa, sin una gota de crema. Vas a acabar como un cangrejo.” ¡No podía ser
verdad! ¡Menuda semana me ha hecho pasar! Ahora sí, voy a disfrutar de lo que
me queda de vacaciones, sin ninguna preocupación.
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